setembro 23, 2010

La Italia enferma - Crônica de un viaje al país de I Vitelloni

La Italia enferma
Crónica de un viaje al país de I Vitelloni




Fausto Giudice
Traduzido por  Manuel Talens


¿Qué se puede decir de un país que acoge la sede central de la Iglesia católica apostólica y romana y en el que la entrada a las catedrales es de pago?
¿Qué se puede decir de un país que acoge al mayor delincuente fiscal de Europa?
¿Qué se puede decir de un país en el que los fascistas de ayer son ahora los demócratas posfascistas y en el que los comunistas de ayer son demócratas poscomunistas?
¿Qué se puede decir de un país en el que ahora el vino tinto y la pasta son biológicos, las pizzas son duraderas y sostenibles y las mandolinas biodegradables?
¿Qué se puede decir de un país en forma de bota cuyo gobierno se afana por destejerlo como si fuese un calcetín, empezando a deshacer por arriba (la Lombardía) lo que Garibaldi, el héroe de dos mundos, había tejido empezando por abajo (la Sicilia)? 
La Italia enferma  (magnablog)
Acabo de volver de un periplo de cuatro semanas a través de la mitad del país de I Vitelloni [1] y deseo compartir mis impresiones y constataciones bajo forma de preguntas sobre ese país enigmático, espejo magnificador de todas las enfermedades que afectan a Europa, del que he visitado en pequeñas etapas unas 15 ciudades y una cantidad innumerable de pueblos, desde Génova y Turín hasta Florencia y Ancona.
Silencio y limpieza

Mi primera constatación al regresar a ese país que no había visitado desde hace catorce años fue que Italia se ha vuelto silenciosa y limpia. Antes, los italianos gritaban; ahora cuchichean, murmuran o se callan. Parece ser que los han reducido al silencio. Ahora utilizan contenedores de cinco colores diferentes, destinados a cinco tipos de basura. Los ampliados centros urbanos de sus ciudades son hoy de una pulcritud y un lujo sospechosos. Son centros gentrificados y sin el menor rastro de cualquier elemento popular. En ellos sólo viven clases medias altas y los únicos elementos populares son los de la servidumbre: mujeres que se ocupan en la limpieza del hogar, cocineras y guardianas de enfermos de origen filipino, salvadoreño, somalí o eritreo. Las antiguas trattorie alla buona (tascas baratas) han cerrado o se han convertido en caros restaurantes de moda. “Es culpa vuestra, de los turistas”, me dijo un viejo carnicero, cuyo negocio sobrevive milagrosamente en el viejo centro urbano de Génova. Y ahora –horresco referens–, incluso hay distribuidores automáticos de pizza, una auténtica herejía. A los pobres no les queda más remedio que tomarse un kebab en el tugurio del indio, del turco o del bangladesí de la esquina, a veces con sorpresas agradables, como ésta de Pisa, que es una muestra evidente de creatividad:


Menú del día: Patatas fritas, Kebab, Fast food japonesa e india. Foto de FG.
 
En cambio, salvo raras excepciones, en las paredes de las ciudades ya no se ve ningún graffiti contestatario de izquierdas. Los graffitis dominantes son de los “ultras” –los futboleros del entorno fascista–, junto con las declaraciones de amor de “Lino” a “Paola”. He aquí uno de los raros graffitis contestatarios que he podido encontrar en Génova:
 
La Lega es la Liga del Norte, de Umberto Bossi. Con letra pequeña, a la derecha: “Policías, asesinos, os tiraremos por los desagües”. Foto de FG.

 
En las paredes de Ancona, los seguidores de la Liga proclaman que ser “ultra” es un “estilo de vida”. Fotos de FG.

 
Money, Money, Money
Ahora todo vale con tal de hacer dinero. En la estación de ferrocarriles de Florencia no hay ni un solo asiento gratuito en el que esperar la llegada del tren. Y la sala de espera se ha convertido en… una zapatería, lo cual quiere decir que los ferrocarriles estatales, que siguen siendo una empresa pública, han pasado a ser una sociedad anónima con accionistas que alquilan salas de espera. Pero ésta no es la única sorpresa que a uno lo aguarda en la ciudad de los Médicis, efímera capital de Italia entre 1865 y 1871. En la Galería de los Oficios, uno de los museos más célebres del mundo, no sólo se paga al entrar, sino también al salir: tras haber atravesado un laberinto infernal dedicado, sobre un inquietante fondo rojo oscuro, a Caravaggio y a los caravaggianos, la exposición temporal que viene después de las 42 salas de exposición permanente, cabría esperar que, tras haber alcanzado la salida, uno estuviese a punto de respirar de nuevo. ¡De ninguna manera! Empieza entonces un nuevo laberinto de boutiques que venden todo tipo de mercancías –el merchandising de los museos se ha convertido en un fenómeno mundial– y, en previsión de que al visitante no le quede dinero suelto en el bolsillo, un letrero le indica la presencia del Dios Bancomat, un distribuidor automático que brilla con su pantalla verde en una sala que le está dedicada en exclusiva. Tengo una sugerencia que hacerles a los mercaderes de los Oficios: se han olvidado de lo esencial, a saber, de poner a la venta preservativos con la efigie de la Venus de Botticelli. ¡Estoy seguro de que un producto así sería un éxito!
Todavía en Florencia, el acceso al Duomo, la catedral, es ahora de pago, al igual que lo es el Duomo de Pisa. Ignoro si el acceso a San Pedro de Roma sigue siendo gratuito, pues mi periplo no llegó hasta allí. El hecho de que el gobierno británico haya decidido que el acceso a las misas celebradas por el Papa durante su reciente visita a Inglaterra sea de pago obedece, pues, a una lógica coherente y transfronteriza. Veamos ahora una pregunta que vale 14 €: ¿Qué significan esos letreros en los que se pide a los turistas que respeten a los fieles venidos a las catedrales para rezar? ¿Cómo se distingue un turista infiel de un turista o indígena fiel? ¿Acaso los fieles venidos “solamente” a rezar (al menos eso es lo que se supone que uno debe hacer en una iglesia) tienen derecho a entrar en dichos templos sin rascarse el bolsillo? Las colas que vi en los diversos Duomi me disuadieron de esperar pacientemente mi turno para hacerle esta pregunta a algún encargado.

Las zonas azules son otra manera de ganar dinero. En todas las ciudades, la casi totalidad de las superficies asfaltadas o pavimentadas sobre las que los vehículos no circulan está recubierta de líneas de pintura azul. Son los lugares de estacionamiento de pago. Por fortuna, no parece que los funcionarios municipales encargados de vigilar se ceben con los malos pagadores.

Es evidente que esto no es nada en comparación con los grandes aprovechados del país. Italia acoge al mayor evasor fiscal conocido de Europa: Alberto Aleotti, director de la compañía farmacéutica Menarini, que le ha birlado al menos 450 millones de euros al fisco italiano depositándolos en Liechtenstein. Este Alberto, verdadero personaje para un Millenium 4, ya fue detenido en 1994 por haber pagado mil millones (de liras, “solamente”) a Duilio Poggiolini, miembro venerable de la famosa logia P2 y director general del servicio farmacéutico nacional en el Ministerio de la Salud, para que éste aumentase los precios de sus productos farmacéuticos. Poggiolini, que es uno de los mayores corruptos del mundo (los policías que registraron su villa necesitaron 12 horas para contar los lingotes de oro, joyas, billetes de banco y otras piezas del preciado metal que atesoraba), estuvo sólo dos años en la cárcel y se benefició de un indulto. El florentino Aleotti salió indemne de la operación Manos limpias y es, por supuesto, amigo íntimo de Berlusconi y su pandilla.
Mercado de San Lorenzo, Florencia. Foto de FG.
Vu cumprà
Los italianos, pueblo de comerciantes, han dejado por completo el pequeño comercio ambulante en manos de los vu cumprà [2] –senegaleses, nigerianos, chinos, marroquíes–, así como buena parte del pequeño comercio sedentario a los inmigrantes de Bangladesh, de Pakistán y de China, reservándose para ellos el negocio de alta gama, esencialmente las boutiques en las que se vende a los turistas la “verdadera artesanía italiana” (cuero, madera, bordado, croché, tricot y encajes), en general de excelente calidad y muy cara, así como los supermercados, que han surgido como champiñones en la periferia de las ciudades, y los outlets, esas tiendas de fábrica repletas de productos no vendidos de grandes marcas a precios que desafían cualquier competencia.

Tienda bangladesí en Comacchio, Romaña. Foto de FG.

Los vendedores inmigrantes son la punta de lanza de la globalización capitalista, pues buena parte de los productos que venden proceden del cheap labor en China y otros países. Pero no todo viene del gigante asiático y la vendedora china que vende ropa de algodón y lino en un mercadillo semanal ambulante responde sin dudarlo a la pregunta que le hago: “¿De dónde es esto?”. “De Italia, de Italia”. Y suele tener razón. Me lo confirmó un italiano que conocí durante el viaje: “Tenemos a China en casa”, lo cual me recordó el eslogan izquierdista de 1970 en las fábricas de la Fiat: “Agnelli, l’Indocina, ce l’hai nell’officina” [Agnelli, a Indochina la tienes en la oficina, es decir, los obreros que luchan son los guerrilleros vietnamitas locales]. Pero lo que mi interlocutor quería decir es que los talleres en donde se explota a los obreros siguen floreciendo en la península. Para convencerse basta con darse una vuelta por Prato, la ciudad natal del escritor Curzio Malaparte, en la Toscana.


Prato: un pescador en el río Arno y unos chinos con ganas de juerga. Fotos de FG.

Esta capital de las industrias textil y del tinte de Italia se ha convertido en una ciudad asiática: los chinos están por todas partes, no sólo como obreros en las fábricas, sino también en los consejos de administración, donde el capital chino se asocia al italiano y, por lo tanto, también en las tiendas al por mayor y al detall, así como en las calles. Buena parte de los chinos parecen campesinos recién llegados de la China profunda sin ni siquiera pasar antes por una gran ciudad de su propio país. Pero sus hijos tienen ya el aspecto de pequeños clientes italianos de McDonald’s y Reebok: como suele decirse, se han “integrado”, aunque quizá sería mejor decir “desintegrado”. Y más de un chino de los que me encontré por la ciudad parecía cualquier cosa menos un obrero explotado; al contrario, más bien un vendedor muy ocupado.
Un país totalmente señalizado
El viajero que llegue en coche a Italia se encontrará con toda una serie de sorpresas, a empezar por las distancias en kilómetros, que no suelen estar indicadas en las señales de tráfico de las autopistas y que a menudo son falsas y contradictorias en las carreteras nacionales o provinciales. Luego, tal como exclamó un turista proletario francés en un mercadillo de Turín, “los italianos tienen un claxon pegado al culo”. Por no hablar de la absoluta ignorancia del sentido universal de las líneas continuas blancas en las calzadas de que hacen gala los automovilistas italianos; líneas que, para mayor escarnio, en Italia son dobles. Al parecer, para ellos una doble línea continua significa “autorización de adelantar”. Y eso para los conductores de vehículos de cuatro ruedas, porque para los que circulan sobre dos ruedas la doble línea blanca continua significa que “deben circular a su izquierda”. Y qué decir de los peatones, que parecen ignorar la diferencia entre una acera y una calzada. En resumidas cuentas, incluso si han aprendido a callarse, a los italianos les sigue gustando vivir peligrosamente. Lo cual  explica a buen seguro su manera de votar en las elecciones. Todo está perfectamente señalizado en la política, a imagen y semejanza de ese otro fenómeno que le ha dado a Italia el récord mundial de la señalización: ya no queda ni una sola iglesia, ni un solo palacio, ni una sola ruina en sus ciudades y en sus más pequeñas aldeas sin un letrero marrón que conduce a ellos. Pero hay más, a estos letreros se les suman otros en las carreteras provinciales para indicarnos que estamos en la “ruta de los vinos de Chianti”, en la “ruta de los vinos y los sabores”, en la “ruta de los sabores y los colores” o incluso en el “valle del halcón” (lo cual es una invención reciente de un indígena creativo de las Marcas). El colmo del refinamiento en las ciudades turísticas como Florencia, Pisa, Rávena o Ferrara es que la dirección de todos los monumentos está indicada tanto para los peatones como para los turistas motorizados. Nadie puede pretextar que se ha perdido. Por el contrario, los automovilistas deben tener cuidado con los letreros que indican las direcciones, ya que siempre están a la derecha y justo en el cruce o en la entrada de las rotondas, generalmente ocultos por ramas de árboles, nunca antes, a la izquierda y bien visibles, como en casi todas las demás partes de Europa.


 
150 años y después
La Italia unida cumplirá 150 años en 2011. El 17 de marzo de 1861, el rey de Piamonte-Cerdeña se proclamó rey de Italia en Turín al final de las guerras de independencia del Risorgimento –la resurrección, el renacimiento–, que se habían iniciado en 1848 y que pusieron en apuros a los Estados del Papa, derribaron a los Borbones (el reino de las Dos Sicilias con el sitio de Nápoles) y expulsaron a los austríacos de Lombardía y Venecia. Turín se convirtió en la capital del nuevo reino y Roma la sustituyó en 1871, una vez que el Papa quedó enclaustrado en su Vaticano.
El principal artífice de esta unidad fue Giuseppe Garibaldi, el héroe de dos mundos, que fue al mismo tiempo quien terminó por pagar el pato. Garibaldi, republicano socializante, patriota insigne, discípulo militar de Giuseppe Mazzini, no supo dar vida política a su victoria militar sobre los Borbones, los papistas y los austríacos y hubo de ceder su lugar a Cavour, el “gran político” por excelencia, ministro del rey y portavoz de la burguesía piamontesa y del norte.

“Considerando que en tiempo de guerra es necesario que los poderes civiles y militares estén concentrados en las manos de un solo hombre, asumo, en nombre de Víctor Manuel, rey de Italia, la dictadura en Sicilia. Giuseppe Garibaldi. Salerno, 14 de mayo de 1860.”

La epopeya de Garibaldi, que combatió por la libertad en Brasil, en Uruguay, en Italia y en Francia, es digna de elogio. Su período más glorioso es el que ahora se está conmemorando en Italia, la Expedición de los Mil. El 6 de mayo de 1860, Garibaldi y sus 1089 voluntarios, los camisas rojas, se embarcaron en Quarto, cerca de Génova. El 11 de mayo desembarcaron en Marsala (Sicilia). El 7 de septiembre entraron en la Nápoles liberada tras una marcha victoriosa repleta de escaramuzas armadas. Pero Cavour complotaba la sombra: no estaba dispuesto a que Garibaldi proclamase una república en Nápoles, así que envió tropas piamontesas al sur para contener las veleidades garibaldianas de continuar su marcha hacia Roma y el norte para “completar el trabajo”. En noviembre de 1860, Garibaldi se sometió al rey y se retiró a la isla de Caprera. Todas sus tentativas ulteriores de liberar a Roma de Pío IX –un Papa al que Garibaldi definió como “un metro cúbico de estiércol” y cuyo nombre dio a su propio burro– se toparon con la negativa de Cavour, quien ordenó capturarlo, y de Napoleón III, quien envió sus tropas a defender el Estado pontificio, para escarnio de los republicanos italianos, que en general apoyaban con entusiasmo a los franceses por sus revoluciones de 1789, 1830 y 1848.

Rávena. Foto de FG. 

No existe ni una sola ciudad italiana que no tenga al menos una calle o una plaza que lleve el nombre de Garibaldi y son innumerables las que además le han dedicado una estatua o incluso tres, como Génova. Cabría pensar que este héroe es una figura incontestada e incontestable de la historia italiana. Pues no, nada de eso.

La reescritura de la historia

Queríamos visitar el Museo del Risorgimento de Rávena, una de las ciudades cuya población participó con más entusiasmo en los movimientos revolucionarios de 1848-1849 y luego de 1859-1860, pero nos encontramos con las puertas cerradas. Una notita indicaba que “hay que dirigirse a la biblioteca que está al lado del museo”. Allí, un joven bibliotecario barbudo que nos preguntó si Sarkozy es mejor que Berlusconi, nos explicó que el museo está cerrado, puesto que sólo tiene una media de ocho visitantes al mes, y nos dijo que Berlusconi ha suprimido la enseñanza del Risorgimento en la escuela pública primaria. Llamó a una de sus colegas, la cual nos abrió el museo, magníficamente instalado en una iglesia desacralizada, lo cual es algo que habría complacido al ateo anticlerical que fue Garibaldi. Allí nos encontramos con auténticos tesoros como éstos:

“Italia libre, por voluntad de Dios”: bandera del Risorgimiento. Foto de FG.



Una auténtica camisa roja garibaldiana. Foto de FG.

¿Garibaldi? Un cuatrero esclavista a la cabeza de una conspiración mafiosa urdida por los infames francmasones y liberales y sostenida por la pérfida Albión contra la “verdadera Italia”, la de las tradiciones y la Iglesia Católica. ¿El héroe de dos mundos? Un vulgar criminal de guerra como… Pol Pot. Ésta es la nueva doxa difundida por Berlusconi y su cómplice, el hemipléjico de la Padania Umberto Bossi, el hombre que quiere disolver Italia en un baño de ácido “federalista”. Ambos se apoyan en la obra de una “historiadora” de la que ni siquiera mencionaré su nombre, que ha publicado toda una serie de estupideces en dos libros de éxito. Y los lombardos de la Liga del Norte difunden desde hace dos años panfletos como éste:
¡Menudo héroe! Eliminemos sus estatuas de nuestras plazas. Liga del Norte, Padania.

El Comité Interministerial para las celebraciones del 150 aniversario de la unidad italiana (Comitato interministeriale per le celebrazioni del 150° anniversario dell'Unità d'Italia), creado en 2007, es uno de los legados ponzoñosos del gobierno de “centro izquierda” de Romano Prodi al de “centro derecha” de Silvio Berlusconi. El pasado mes de abril su presidente, Azeglio Ciampi, antiguo presidente de la República (1999-2006) y muy afín al Partido Democrático (de cuyo comité es miembro honorario), dimitió por “razones de estado civil” (no hay que olvidar que tiene 90 años) del Comité de patrocinadores (Comitato dei garanti) encargado de “verificar y supervisar las iniciativas ligadas a las celebraciones de la unidad nacional”. Fue reemplazado inmediatamente por Giuliano Amato, otro personaje de “centro izquierda” que ahora es miembro del Partido Democrático tras haber sido durante mucho tiempo un cacique del Partido Socialista. Otras dimisiones se sucedieron, las de la escritora Dacia Maraini, del juez y constitucionalista Gustavo Zagrebelsky, del periodista y realizador Ugo Gregoretti, de la periodista y ensayista Marta Boneschi y de la periodista Ludina Barzini. Ninguno de ellos dimitió por razones de edad, sino por causas políticas: la deriva “liguista” impresa en el programa de las conmemoraciones. Maraini declaró: “Quieren hacer creer que el Risorgimento fue una revolución desde arriba, imponer un revisionismo liguista que deje en la sombra las sublevaciones populares, las represiones violentas”. Y describió de esta manera el funcionamiento del Comité: “Al principio yo creía que podría funcionar. Había cientos de proyectos de municipalidades e instituciones cuyo valor cultural debíamos garantizar. Pero cada vez que intentábamos elegir alguno, las respuestas eran vagas. Por el contrario, nos enteramos de la existencia de otras iniciativas ya en curso, de las cuales a nadie se le había ocurrido hablarnos.”

La escritora intentó hacer dos proposiciones, un festival de cine sobre el Risorgimento en Turín o en Roma y una serie de iniciativas sobre la lengua italiana: “Nadie me respondió. Luego, de improviso nos dijeron que no había dinero, que no se podía hacer nada más. A pesar de todo, seguimos reuniéndonos [en el Comité de patrocinadores, NdelA] a la espera de desbloquear la situación, pero todo fue inútil. Lo único que logramos aprobar en todas las reuniones fue el dibujo con tres banderas pequeñas que será el logotipo oficial de las celebraciones.”
Dicho de otra manera, la celebración del 150 aniversario de la unidad será cualquier cosa menos un paseo apacible.

Turín, agosto de 2010: ¿Qué tienen que ver este violinista gitano, estos jóvenes precarios ante el Museo del Risorgimento en plena restauración, este vagabundo perdido en una lujosa galería de arte… con la Unidad italiana, cuya historia se evoca en grandes letreros?


Un pospaís que necesita un nuevo Risorgimento

A lo largo de nuestra travesía por Italia fuimos viendo por todas partes carteles como éste en gran formato:

Italia se reúne en Turín. 150 años en 15 días. Estamos de fiesta.

Tales carteles aludían al equivalente italiano de la Fiesta francesa de l’Humanité, organizada por el Partido Democrático (PD), el antiguo Partido Comunista Italiano, que pasó a ser Partido Democrático de la Izquierda y luego Partido Democrático. Si continúa así pronto se llamará sólo Partido y, al final, se quedará en nada. Este partido, que ahora forma parte de la Internacional socialista, está liquidando alegremente todas las conquistas sociales alcanzadas por el movimiento comunista y obrero en nombre de una política de apertura, con el fin de posicionarse como eje del “centro derecha” en el seno del Nuevo Olivo que se está poniendo en marcha en previsión de las próximas elecciones legislativas, que no tardarán, puesto que Berlusconi, aconsejado por Bossi, ha expulsado a Fini y está ahora a la cabeza de un gobierno minoritario.
Fini es el modelo de Marine Le Pen, la hija del viejo fascista francés del Front National hoy ya retirado: en 10 años ha logrado desembarazar a su partido de todos sus oropeles fascistas –se llamaba Movimiento Social Italiano antes de cambiar su nombre por Alianza Nacional– y hoy en día toda la clase política lo considera un hombre de Estado. Dado que su base social y electoral está constituida por funcionarios meridionales del Estado nacional, era previsible que se enfrentase con Bossi y su banda, los cuales quieren… ¿qué demonios quieren? Nadie lo sabe. En cualquier caso, quieren terminar con el Estado nacional. Berlusconi, después de haber roto violentamente con Bossi en los años 1995-1998 –se insultaron copiosamente–, no sólo se ha congraciado con él, sino que lo consulta todas las semanas. Fini, una vez expulsado, ha adquirido de inmediato el estatuto de víctima nacional y lo único que le falta es que el Partido Democrático lo apoye.
Pero volvamos a la fiesta de Turín, a la que no pudimos asistir. Fue un éxito casi total, con 2 millones de visitantes, 200.000 comidas servidas, toneladas de cerveza y vino y sólo dos incidentes: los aguafiestas, entre ellos algunos miembros del partido, protestaron por la invitación al presidente berlusconiano del Senado y al jefe del sindicato demócrata cristiano CISL para que participasen en debates públicos. Las protestas irritaron a Bersani, el jefe del Partido Democrático, quien presentó sus excusas a los invitados, haciendo alarde de sus virtudes democráticas heridas.
En su gran discurso durante la fiesta, que presentó como la fiesta del lanzamiento de la conmemoración de izquierda de la unidad italiana, Bersani no dijo ni una sola palabra de dicha unidad y mucho menos de Garibaldi. Se contentó con repetir que el Partido Democrático es un “partido de gobierno que se halla momentáneamente en la oposición” pero que tiene un programa para sacar a Italia de la cuesta abajo por la que se desliza. Tengo la impresión de que el Partido Democrático, si bien está muy contento de administrar la mayoría de las ciudades italianas –algo que hace de manera política y ecológicamente correcta–, no tiene la menor intención de alcanzar el poder en Roma y verse obligado a gestionar el casino (casa de putas) italiano. La media de la edad de sus afiliados es ahora canónica y no exhibe el menor entusiasmo por la juventud. Para convencerse basta con echarle un vistazo a las viejas Case del Popolo (Casas del pueblo), convertidas hoy en simples bares, y a su clientela de jugadores de cartas, cuya media de edad se sitúa en torno a los 70 años. He aquí la casa del pueblo de Rávena, convertida en el bar “Cà Rossa” (casa roja):
 
El Partido Democrático se presenta implícitamente como el legítimo sucesor de los artesanos garibaldianos de la independencia y de la unidad italiana. Únicamente olvida que Garibaldi liberó (parcialmente) al país con las armas, no con las palabras.

Es evidente que los poscomunistas, de la misma manera que los posmafiosos o los posfascistas, no parecen capaces de alterar el avance de Italia hacia el estatuto de… pospaís.

¡Garibaldi, despierta, se han ablandado!



El 17 de mayo de 1899, la Sociedad de artesanos de Comacchio dedicó esta placa a la memoria de Filippo Bellini, un voluntario italiano de la brigada de voluntarios reclutada por Riciotti Garibaldi, uno de los hijos del héroe, para combatir junto a los griegos contra el imperio otomano. Bellini formaba parte de los italianos que se sacrificaron para proteger la retirada del ejército griego ante el ejército otomano en Domokos (Tesalia) en 1897. En 1915, numerosos garibaldianos se alistaron a la Legión extranjera francesa para combatir a la Alemania imperial. El espíritu garibaldiano sigue vivo.


Notas

[1] Una de las etimologías posibles del nombre de Italia sería el griego Ouitalia, el país de los terneros. Ternero se dice vitello en italiano y, ternero viejo, vitellone. Pero esta última palabra tiene asimismo una connotación peyorativa que se encuentra en el título de una de las películas más emblemáticas de Federico Fellini, I Vitelloni (1953), traducida en España como Los Inútiles, en la que una banda de desocupados de Rimini –la ciudad natal de Mussolini y del propio Fellini– siguen viviendo a los 30 años en casa de su Mamma, sin hacer nada de provecho. La figura del vitellone está hoy tan perfectamente integrada en el paisaje social de la Italia berlusconiana del siglo XXI que el país podría muy bien cambiar de nombre y llamarse…Vitellonia.
[2] “Vu cumprà?”, es decir, ¿quieres comprar?, la letanía de los primeros vendedores ambulantes senegaleses que aparecieron en las playas italianas de los años ochenta, se ha convertido en el término genérico utilizado hoy para designar a los vendedores extranjeros, cuya situación, contrariamente a lo que suele creerse, suele ser legal. Esta categoría de inmigrantes muy trabajadores, dominada por los senegaleses de la cofradía de los Mourides, vive expuesta en permanencia a los acosos de la policía. Durante este verano se han sucedido las redadas en las playas de la Toscana (Massa-Carrara) y de la Romagna (Ferrara). Durante mi viaje, pude identificar dos tipos de vendedores ambulantes senegaleses: los dinámicos y de buen humor, a los que los negocios les van bien –suelen ser los que venden productos artesanales senegaleses proporcionados por la cofradía– y los deprimidos y muertos de hambre, que no llegan a vender nada, que en general ofrecen Ray-Ban falsas y Rolex falsos made in China, proporcionados por los grosistas italianos o chinos. También hay mujeres en el comercio ambulante. A modo de innovación, en la playa de Marina di Massa, en la Toscana vimos pasar a una mujer senegalesa que se ofrecía a hacer trenzas africanas a las turistas. Parecía contenta de su jornada de trabajo, a diferencia del marroquí desesperado que nos suplicó que le comprásemos una horrible toalla playera.
En Parma, en la Plaza de la Paz (paradójicamente engalanada con la estatua de un combatiente armado con una metralleta), asistimos a una conversación tragicómica entre un vendedor ambulante nigeriano bastante enrollado (tenía sus papeles y no parecía temer nada) y un joven y estresado policía municipal de izquierda que trataba de convencerlo de que se fuese a vender a otra parte mientras le explicaba que, si no se iba, sus superiores le echarían un buen chorreo. Y, el nigeriano, ni caso.

Arriba, Bossi. Abajo, Fini.




Muito obrigado a Fausto Giudice
Fonte: http://azls.blogspot.com/2010/09/chronique-dun-voyage-au-pays-des-veaux.html
Data de publicação do artigo original: 20/09/2010
URL deste artigo: http://www.tlaxcala-int.org/article.asp?reference=1475


Fonte: TLAXCALA  

Nota do blog: A dica do texto é de Antonio Luiz M C Costa, que escreve na Carta Capital.

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