novembro 22, 2013

"Construir lo común, construir comunismo. Juan Pedro García del Campo" (Cuaderno Común)

PICICA: "¿Cómo puedo reapropiarme de mí vida? ¿Cómo podemos hacerlo todos? ¿Cómo burlar la facilidad con la que el consentimiento o el dejar-hacer nos convierten en agentes de su orden? ¿Cómo se levanta nada a sus espaldas? Y es una gran paradoja porque sabemos que la subjetividad (la subjetividad dominada, la que se articula como consentimiento) se construye desde la eficacia combina- da de una red de prácticas y discursos que se retroalimentan con la normalidad y que con ella se hacen cada vez más potentes; porque sabemos que una subjetividad que crece en la confrontación y en el enfrentamiento, que quiere cambiar el mundo, sólo puede surgir en (y de) un mundo en el que la confrontación ya ha surgido, en (y de) la presencia real de un bloque de enfrentamiento. La paradoja estriba aquí en que el espacio del conflicto parece haber sido borrado, en que el espectáculo del capital parece haber integrado en su dinámica todos los campos posibles de ruptura. ¿Cómo construir algo a sus espaldas cuando todo lo puede integrar? Tal podría ser la formulación del problema."

Construir lo común, construir comunismo. Juan Pedro García del Campo



CONSTRUIR COMUNISMO (PARA VIVIR)



Qué puedo hacer yo, es la cuestión que nos paraliza.



¿Cómo puedo reapropiarme de mí vida? ¿Cómo podemos hacerlo todos? ¿Cómo burlar la facilidad con la que el consentimiento o el dejar-hacer nos convierten en agentes de su orden? ¿Cómo se levanta nada a sus espaldas? Y es una gran paradoja porque sabemos que la subjetividad (la subjetividad dominada, la que se articula como consentimiento) se construye desde la eficacia combina- da de una red de prácticas y discursos que se retroalimentan con la normalidad y que con ella se hacen cada vez más potentes; porque sabemos que una subjetividad que crece en la confrontación y en el enfrentamiento, que quiere cambiar el mundo, sólo puede surgir en (y de) un mundo en el que la confrontación ya ha surgido, en (y de) la presencia real de un bloque de enfrentamiento. La paradoja estriba aquí en que el espacio del conflicto parece haber sido borrado, en que el espectáculo del capital parece haber integrado en su dinámica todos los campos posibles de ruptura. ¿Cómo construir algo a sus espaldas cuando todo lo puede integrar? Tal podría ser la formulación del problema.



Sucede que plantear el problema así es darlo ya por resuelto: sólo las revoluciones individuales y microfísicas serían posibles, sólo las pequeñas —o grandes— desobediencias personales, los pequeños —o grandes— sabotajes, tendrían alguna virtualidad desestabilizadora, sólo las conspiraciones o las revueltas de papel. Sucede, también, que no es ésa la forma en que hay que plantear- lo. Primero, porque las grietas existen; segundo, porque no es cierto que el capital pueda integrarlo todo en su funcionamiento, que todo para él sea inocuo; además, porque si el mando ha articulado la sociedad para el dominio, lo ha hecho frente a los envites de un nosotros que, aunque reducido al silencio, no ha dejado de reproducirse. Tú y yo, nosotros, queremos cambiar el mundo. ¿Hacen falta más pruebas de nuestra existencia? La cuestión sigue siendo, entonces, si queremos cambiarlo realmente. La otra cuestión sigue siendo saber cómo podemos.



De esas dos, la primera es la cuestión más importante. A la otra no se podría responder más que insistiendo en ésta. Si queremos cambiar el mundo, tenemos que poder hacerlo o, al menos, desarrollar una actividad que permita que otros lo hagan; si queremos cambiar el mundo, tenemos que quererlo sin temor al fracaso y aunque no haya esperanza de éxito; más aún, contra toda esperanza: porque ésa es nuestra apuesta vital contra el dominio y la muerte.



La cuestión, decíamos, es que sí, que queremos. La cuestión es, también, por eso mismo, que no estamos dispuestos a aceptar que sólo quepan las revoluciones de papel. Decíamos que la presencia del proletariado sociológico en todos los lugares de la articulación social hace que la subversión pueda aparecer en cualquier punto; que las condiciones técnicas de la producción hacen que, de hecho, esa nueva clase obrera gestione todos los resortes de la articulación social con su trabajo sometido; que el nuevo proletariado podría, más fácilmente que nunca, organizar el mundo de otro modo, al margen del dominio; que la multitud de los explotados podría coordinar la actividad para una cooperación liberadora que eliminase la posibilidad de la apropiación. Nuestro problema consiste, decíamos, en que parece no querer hacerlo. Nuestra principal actividad tiene que dirigirse a conseguir que quiera, tiene que articularse como una apuesta política contra el consentimiento.



Si es la «normalidad» de la relación capitalista la que impide la transformación del mundo, es esa normalidad la que es prioritario subvertir. Nuestra actividad tendrá que orientarse hacia el vivir de otro modo; a generar y hacer crecer dinámicas y espacios donde la disposición común y la común decisión sean posibles, y a desarrollar los elementos teóricos y simbólicos que hagan visible su normalidad como dominio y su bienestar como muerte, que se presenten como alternativa al consentimiento.



Nuestra vida misma, toda ella o lo que de ella nos sea posible, tendrá que orientarse hacia ese otro modo de vida: no vivir para el trabajo, no vivir para el consumo, no vivir para la individualidad, no vivir para la distinción, no vivir para el tiempo muerto, no entre- gar nada de nosotros para su beneficio. Vivir para gozar de su destrucción y para la construcción de un espacio común de decisión, de actuación y vida. Si queremos cambiar el mundo tenemos que ser capaces de construir relaciones nuevas: en la cooperación, en la comunicación, en la actividad que se libera de sus normas y de sus programaciones, aglutinando en la separación y el enfrentamiento todas las voluntades de cambio.



Hacen falta militantes. ¿Dónde están los que lloran? ¿Dónde los que se desesperan? ¿Dónde los teóricos? ¿Dónde los intelectuales? ¿Dónde están los escritores? ¿Dónde están los artistas? ¿Se perdieron acaso en un pliegue del espectáculo, en alguna cátedra olvida- da, en un museo, en un fotograma? ¿Dónde están los jóvenes, los ecologistas, los antinucleares, los antifascistas, los sindicalistas, los libertarios? ¿Dónde están los comunistas? Hacen falta militantes.



El proceso podrá ser tan corto o tan largo como la decisión que despleguemos, pero si coincidimos en el proyecto no nos faltará ocupación. Es un proyecto en el que hay sitio para todos y en el que son muchas las tareas: todas tan urgentes que no podrían establecerse más prioridades que las que atañen a lo que no está hecho. En nuestro proyecto alternativo, común y comunista, hay tarea para todos y caben distintos grados de compromiso. Lo que no cabe es contemplar el paisaje. Hacen falta militantes.



Tal vez no seamos capaces de desplegar la suficiente cooperación (la suficiente fuerza) para garantizar la continuidad del proyecto. Tal vez una nueva ofensiva del orden destruya las pequeñas o grandes plata- formas de libertad construidas. En todo caso, la experiencia será, como hasta ahora, un labora- torio del mundo que queremos; en sí misma, además, nuestra pequeña o gran parcela de comunismo. Seguirá quedando un mundo por construir.

Ya sabemos lo que es perder batallas: habría que empezar de nuevo...



¿Eternamente? Pues bien... ¡continuemos!



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Fuente: Cuaderno Común

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