abril 27, 2014

"Dos Iglesias: una para las élites y otra para los pobres", por Ivonne Acuña Murillo

PICICA: "Leonardo Boff explica en entrevista el significado e importancia de la Teología de Liberación. Durante 22 años fue profesor de Teología Sistemática y Ecuménica en el Instituto Teológico Franciscano de Petrópolis, profesor de Teología y Espiritualidad en varios centros de estudio y universidades de Brasil y del exterior, y profesor visitante en las universidades de Lisboa (Portugal), Salamanca (España), Harvard (EUA), Basilea (Suiza) y Heidelberg (Alemania).

Es doctor honoris causa en política por la Universidad de Turín (Italia) y en Teología por la Universidad de Lund (Suecia) 1992,1 y ha sido galardonado con varios premios en Brasil y en el exterior por su lucha a favor de los débiles, oprimidos y marginados, y de los Derechos Humanos. El 8 de diciembre del 2001 le fue otorgado en Estocolmo el Right Livelihood Award, conocido también como el Nóbel Alternativo.

Entre 1975 y 1985 participó del consejo editorial de la Editorial Vozes. En este periodo formó parte de la coordinación de la colección "Teología y Liberación" y de la edición de las obras completas de Carl Gustav Jung. Ha sido redactor de la Revista Eclesiástica Brasileira (1970-1984), de la Revista de Cultura Vozes (1984-1992) y da Revista Internacional Concilium (1970-1995).

Es uno de los fundadores de la Teología de la Liberación, junto con Gustavo Gutiérrez Merino. En 1984, en razón de sus tesis ligadas a la teología de la liberación expuestas en su libro Iglesia: Carisma y Poder, fue sometido a un proceso por parte de la Sagrada Congregación para la Congregación para la Doctrina de la Fe. En 1985 fue condenado a un año de "silencio" (suspensión "a divinis") y depuesto de todas sus funciones editoriales y académicas en el campo religioso.

Estuvo a punto de ser silenciado de nuevo en 1992 por Roma, para evitar que participara en el Eco-92 de Río de Janeiro, lo que finalmente le movió a dejar la orden franciscana, y el ministerio presbiteral. Actualmente vive en el Jardim Araras, región campestre ecológica del municipio de Petrópolis-RJ, con su pareja Marcia Maria Monteiro de Miranda.

En 1993 presentó concurso, y fue aprobado, como profesor de ética, filosofía de la religión y ecología en la Universidad del Estado del Río de Janeiro (UERJ)."  (Leonardo Boff: TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN)

Dos Iglesias: una para las élites y otra para los pobres


Iglesia

*Artículo de opinión

Ivonne Acuña Murillo
 
La Semana Santa es una buena época no sólo para recordar la muerte y resurrección de Cristo, sino para pensar en la Iglesia Católica como una institución que necesariamente ha incidido e incide en la vida social de mexicanos y mexicanas.

Amerita recordar que desde el momento en que dos culturas diferentes se encontraron, el papel desempeñado por la Iglesia Católica cobró una importancia singular. Primero, para completar un proyecto de conquista y supuesta “humanización”, en la que los religiosos sirvieron de “puente piadoso” entre el pueblo conquistador y el pueblo conquistado. Así, una a una las órdenes religiosas de los franciscanos, dominicos, agustinos, jesuitas, juaninos, hipólitos, carmelitas, mercedarios y clarisas sirvieron de freno, en la medida de lo posible, a los abusos cometidos por los conquistadores en contra de la población sometida, al tiempo que completaban, con la evangelización de las y los indígenas, la obra del soldado español, para hacer de “los naturales”, un pueblo temeroso de Dios y del Rey de España.

Segundo, porque el rescate de lo que había quedado de la cultura vencida y de un pasado lleno de memoria y tradición, no habría sido lo extenso que fue sin la labor de personajes como Fray Bernardino de Sahagún, que empeñó sus esfuerzos no sólo para recuperar los vestigios de la gran civilización indígena, sino para hacer comprensible la realidad del “otro” conquistado al “otro” conquistador y viceversa.

Del mismo modo fue relevante la labor defensora en favor del pueblo indígena de Fray Bartolomé de las Casas y el trabajo de organización y protección de Vasco de Quiroga (el “Tata Vasco”), por mencionar sólo a algunos.

Por supuesto, los frailes compasivos que asumieron la causa indígena como propia no fueron los únicos religiosos en llegar a la Nueva España, con ellos arribaron otros más empeñados en ligarse a la nueva y buena vida de la élite conquistadora y que nunca cultivaron un sentimiento de empatía con los menos favorecidos, preocupados como estaban de “salvar el alma” de los españoles ricos establecidos en las nuevas tierras.

Hoy, como entonces, puede distinguirse a dos tipos de religiosos o de Iglesias, una para los ricos y otra para los pobres. La primera, está formada por quienes pertenecen a la alta jerarquía católica que, siguiendo la tradición, se encuentra ligada a las élites política y económica y no duda en ponerse de su lado cuando de mantener el statu quo se trata. Se caracteriza por su incapacidad para abrigar y defender las causas de los menos favorecidos y sólo se acerca a ellos para sumarlos a una feligresía, que debe ser sumisa, pasiva y dogmática, incapaz de cuestionar la autoridad religiosa aunque a la vista de todos sea capaz de cometer excesos, como lo muestran las acusaciones por pederastia que en los últimos años han empañado el prestigio de una Iglesia que se presenta como protectora de “su rebaño”.

La otra, la Iglesia de los pobres, por el contrario, sigue la tradición fundada en América por los frailes mencionados y se liga a las causas de los pobres, los necesitados, los excluidos, los discriminados, los abusados, los sometidos. Es una Iglesia “abierta”, “comprometida” y “social”.

Ejemplo de ésta última idea es la llamada “Teología de la liberación”, que desde la década de los setentas defiende una idea de liberación, de movilización, de cambio social desde la fe, y se opone a la función legitimadora de la “resignación de los pobres”. En palabras de Leonardo Boff, uno de sus más importantes representantes, la Teología de la liberación es “el intento de hacer del evangelio, de la doctrina cristiana, una fuerza buena de compromiso con la justicia y de liberación de los pobres y marginados.




En México, es imposible no pensar en el fallecido Obispo Samuel Ruíz, nombrado por los indígenas como “El Tatic”, y que tuvo un papel tan relevante antes, durante y después del levantamiento zapatista, en Chiapas, y que fue reconocido como un defensor de los indígenas y sus derechos, tanto mexicanos como centroamericanos, y por su gran labor en la organización social y económica de los pobres en Chiapas.  Don Samuel fue uno de los sacerdotes ligados a la Teología de la liberación, junto con otros obispos latinoamericanos como Hélder Cámara (Brasil) – cuatro veces candidato al Premio Nobel de la Paz-, Juan Landázuri (Perú), Jesús Silva Enríquez (Chile) y Óscar Arnulfo Romero (El Salvador), sacerdote asesinado a tiros en el altar de su catedral.

Actualmente, existen en México sacerdotes que, sin suscribir necesariamente la Teología de la liberación, están comprometidos con la labor pastoral de una Iglesia evangélica cuyos ojos miran a los pobres, a los desposeídos, a los migrantes, a los indefensos, a los excluidos.

Es el caso del Obispo de Saltillo, Raúl Vera, sacerdote dominico comprometido en la defensa de los Derechos Humanos, en el apoyo de las reivindicaciones de mejora laboral de los mineros y demás trabajadores de su región, con la ayuda a los inmigrantes a través del proyecto Frontera con Justicia, por la lucha contra la discriminación que padecen los homosexuales y por la creación del centro Diocesano para los Derechos Humanos Fray Juan de Larios. Razones todas que lo han llevado a ser considerado como candidato al Premio Nobel de la Paz

El padre Alejandro Solalinde, fundador del albergue para migrantes “Hermanos en el camino”, quien no solamente se ha dedicado a socorrer a todos aquellos migrantes que pasan por el albergue, sino que arriesga su vida al denunciar aquellos atropellos de los que los migrantes son objeto, tanto por parte de la delincuencia organizada como de las mismas autoridades migratorias, que en muchos de los casos no se distinguen sólo por su ineficacia para proteger a las y los migrantes, sino por su complicidad con quienes cometen graves delitos en contra de aquellas personas que tienen la desgracia de caer en sus manos.

El sacerdote Pedro Pantoja, defensor también de los derechos de los migrantes y cuya labor puede observarse en Belén Casa del Migrante y que, al igual que el padre Solalinde, no se arredra ante las amenazas de muerte en su contra por su incansable trabajo en favor de los migrantes.

Uno más, el sacerdote Fray Tomás González, que al igual que los padres Solalinde, Vera y Pantoja, lucha por el respeto a los migrantes que cruzan por México, en su camino hacia los Estados Unidos.
Pero no todos los padres se orientan a la lucha por los pobres y desplazados, los hay más radicales que ven en la acción la única manera de defender a “sus rebaños”, entre ellos se encuentran: el padre Gregorio López, que en Apatzingán, Michoacán, ha apoyado, con algo más que oraciones, el trabajo de los grupos de autodefensa en su lucha en contra del narcotráfico y los abusos a que los integrantes de éste han sometido a buena parte de la población michoacana. Y el padre Mario Campos Hernández, quien ha participado activamente en la formación de autodefensas en Guerrero.

No con la misma estrategia pero si en el mismo sentido, Monseñor Miguel Patiño Velázquez, Obispo de Apatzingán y Monseñor Javier Navarro Rodríguez, Obispo de Zamora, se atrevieron a denunciar y evidenciar lo que pasa en Michoacán. Ambos fueron apoyados por el Episcopado Mexicano, que en carta abierta a la comunidad expresó que: “Por eso, solicitamos a las autoridades federales, estatales y municipales una acción pronta y eficaz ante la injusticia de los levantones, secuestros, asesinatos y cobro de cuotas que afectan al bien y la prosperidad de tantas personas y comunidades, y les pedimos estrategias para favorecer la calidad de vida de los ciudadanos y su desarrollo integral”. 

Seguramente, quedan fuera de esta lista muchos más integrantes de esa Iglesia pastoral evangélica, que a su manera, se ligan al esfuerzo del Papa Francisco, quien con su ejemplo trata de refundar una “Iglesia pobre para los pobres” y una Iglesia que en lugar de juzgar busque sumar a las minorías excluidas en una Iglesia universal. Menudo trabajo se ha echado a cuestas, cuando forma parte de una institución de poder que durante siglos se ha visto más preocupada por defender sus privilegios y consolidar su “poder espiritual” que por abrirse a las y los más necesitados.

Lo anterior hace afirmar al sociólogo Bernardo Barranco, experto en religiones, que: “La Iglesia necesita una nueva síntesis con la cultura y la civilización contemporánea (…) la Iglesia necesita sacudirse sus polvos imperiales, sacarse toda la polilla que ha estado acumulando en los treinta años de los pontificados con Juan Pablo II y Benedicto XVI, y abrirse”.

Por supuesto, “abrirse” a los pobres, a los migrantes, a las mujeres, a las personas con orientación sexual diferente, a las y los ancianos, a los excluidos, a los discriminados, a las y los niños y jóvenes violentados sexualmente por miembros de esa misma Iglesia. La pregunta aquí es: ¿Podrá la Iglesia católica, como jerarquía, operar semejante transformación?

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