novembro 21, 2014

"Tesis, antítesis y fotosíntesis!, por Michael Pollan y Jesse Jacobs

PICICA: "En 1973 apareció un libro según el cual las plantas eran seres con emociones, preferían la música clásica al rocanrol y eran capaces de reaccionar a los pensamientos de seres humanos situados a cientos de kilómetros de distancia. The Secret Life of Plants [La vida secreta de las plantas], de Peter Tompkins y Christopher Bird, presentaba una cautivadora mezcolanza de botánica ortodoxa, experimentos disparatados y mística adoración de la naturaleza, y cautivó la imaginación del público en un momento en el que el pensamiento New Age entraba ya en el mainstream."

Tesis, antítesis y fotosíntesis




Las plantas dan muestras de tener consciencia, memoria, libre albedrío y sentir dolor.

La comunidad científica debate una nueva forma de entender el reino vegetal.


En 1973 apareció un libro según el cual las plantas eran seres con emociones, preferían la música clásica al rocanrol y eran capaces de reaccionar a los pensamientos de seres humanos situados a cientos de kilómetros de distancia. The Secret Life of Plants [La vida secreta de las plantas], de Peter Tompkins y Christopher Bird, presentaba una cautivadora mezcolanza de botánica ortodoxa, experimentos disparatados y mística adoración de la naturaleza, y cautivó la imaginación del público en un momento en el que el pensamiento New Age entraba ya en el mainstream. Los pasajes más memorables describen los experimentos de un antiguo experto en polígrafos de la CIA llamado Cleve Backster, a quien en 1966 se le ocurrió conectar un galvanómetro a la hoja de una drácena, una planta que tenía en su despacho. Para su sorpresa, descubrió que simplemente imaginando que la planta se quemaba el polígrafo se volvía loco. “¿Podría estar la planta leyendo la mente a su dueño?”, se preguntaban los autores. “Backster tuvo ganas de salir a la calle y gritar a todo el mundo: ¡Las plantas piensan!”.

Backster y sus colaboradores repitieron el experimento con lechugas, cebollas, naranjas y plátanos, y afirmaban que las plantas reaccionaban a los pensamientos positivos o negativos de los humanos que se encontraban en las inmediaciones e incluso a gran distancia, cuando se trataba de personas con las que tenían cierta familiaridad. Durante un experimento diseñado para poner a prueba la memoria vegetal, descubrió que una planta que había sido testigo del asesinato de otra (por un pisotón) era capaz de identificar al asesino de entre un total de seis sospechosos, pues se registraba un aumento en su actividad eléctrica cuando éste se acercaba. Algunas plantas demostraban asimismo una aversión a la violencia entre especies y respondían negativamente cuando se cascaba un huevo o se sumergían crustáceos vivos en agua hirviendo, experimento que Backster describió en el International Journal of Parapsychology en 1968.

En los años siguientes, varios botánicos trataron de reproducir el efecto Backster, sin éxito. No obstante, el libro dejó su impronta en la cultura y los estadounidenses empezaron a hablar con las plantas y a ponerles música de Mozart. Muchos siguen haciéndolo. Son cosas inofensivas y es probable que la relación que mantenemos con las plantas nunca pierda cierto halo de romanticismo. Sin embargo, en opinión de muchos especialistas, The Secret Life… ha hecho un daño perdurable. Según Daniel Chamovitz, biólogo israelí autor del libro What a Plant Knows [Lo que una planta sabe], Tompkins y Bird “pusieron trabas a importantes investigaciones sobre el comportamiento vegetal cuando los científicos empezaron a mostrar reservas ante los estudios que trazaban analogías entre los sentidos animales y los vegetales”. Otros alegan que The Secret Life… llevó a la autocensura de investigadores que querían explorar “los posibles paralelismos entre neurobiología y fitobiología”.
La cita sobre esa supuesta autocensura apareció en un controvertido artículo publicado en 2006 en la revista Trends in Plant Science en el que se proponía un nuevo campo de investigación que los autores decidieron bautizar “neurobiología vegetal”. Los seis firmantes —entre ellos Eric D. Brenner, biólogo molecular estadounidense; Stefano Mancuso, fisiólogo botánico italiano; František Baluška, biólogo celular eslovaco; y Elizabeth Van Volkenburgh, fitobióloga estadounidense— argumentaban que los sofisticados comportamientos observados en las plantas no pueden explicarse mediante los mecanismos genéticos y bioquímicos que conocemos hoy. Las plantas son capaces de sentir y responder de manera óptima a tantos factores ambientales —luz, agua, gravedad, temperatura, características del suelo, nutrientes, toxinas, microorganismos, herbívoros, señales químicas de otras plantas— que posiblemente exista algún sistema de procesamiento de la información similar al cerebro, que integraría los datos y coordinaría la respuesta de comportamiento.



Fuente: El Estado Mental

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